
Capítulo 1
Octubre de 1945, Kransberg, cerca de Frankfurt Am
Johann Heinrich, de 32 años, abrió los ojos. Compartía el mismo techo con otros prisioneros, ingenieros aeronáuticos, como él, químicos, científicos, que también habían sido de utilidad al Reich. (...)
Cuánto tiempo seré capaz de recordar. Cuántas personas que he conocido ya no existen. ¿Existe algo, acaso, tal y como lo conocimos...?
Capítulo 2
París, verano de 1990
Guillaume estaba sentado en una de las confortables butacas del bar Lindberg, en el hotel Ambassador. De estilo art dèco, tan de moda cuando él se trasladó a París a principios de los años 30 para estudiar medicina.
Consultó su Jaeger-LeCoultre de 1931. Encendió un cigarrillo despacio, depositó la cerilla en el cenicero, sus ágiles dedos quedaron reflejados un momento. Cuando levantó la vista, su nieta, Marie, atravesaba la puerta giratoria.
Capítulo 3
París, abril de 1938
Guillaume si dirigía con Adele a la fiesta que Marlene Dietrich daba en la suite del hotel Lancaster, donde vivía, junto a los Campos Elíseos. (...)
Los visillos color lavanda comenzaron a elevarse lentamente. La lluvia irrumpió de pronto a través de una de las ventanas, seguida de un rayo y un trueno, tan intenso que las luces parpadearon.
A Guillaume le pareció escuchar un grito ahogado proveniente del dormitorio. De nuevo la única fuente de luz era un rayo que iluminó la hermosa alfombra de color blanco. Volvió la vista un poco a su derecha, una enorme mancha de sangre. Otro trueno ensordecedor, esta vez el grito más agudo y prolongado.
Capítulo 4
París, 1958
El joven Jean llegaba a París para continuar sus estudios. Se había criado con una familia alemana de adopción. Su padre había sido miembro del partido nazi e instructor militar. Poseía una condecoración por participar en operaciones de riesgo de contraespionaje, a la caza de posibles desleales y era sabido que tenía amistades entre altos mandos de Inteligencia Militar, Abwehr.
(...)
Geneviéve sirvió dos copas de cognac Clès de Duc, para ella y Johann. Comenzó a soltar los botones del uniforme y continuó con la chaqueta de ella. (...)
La besó en el cuello, suave al principio mientras desabrochaba su blusa blanca, contempló la transparencia. La piel cálida iba abriéndose paso poco a poco y sus labios. El latido de ella creciendo.
Un cuerpo de seda blanca con portaligas se unía a las medias. Las manos de él deslizándose hacia las caderas, tan bellas y perfectas manos. Cerró los ojos. Fuego ardiente bajo la seda inundando todo su cuerpo, consumiéndolo lento.